Jambalaya, Albert Forns, p. 151-152
-Cagondiós, menudo bocazas. Hago
fotos. Pero de artista nada de nada, ¿eh, chaval? Vosotros sois artistas. Yo soy
un aficionado. En invierno, cuando chapamos la granja, me gusta fotografiar lo
que queda de la América de antes, todo lo que hemos perdido con las putas franquicias y las putas cadenas. Mira, así te
harás una idea. -Y, sin que se lo haya pedido, saca su iPhone y me empieza a
mostrar fotos. Tiene un montón de álbumes ordenados por temas: gasolineras,
restaurantes, tiendas, atracciones, minigolfs. Va pasando y cada imagen es
mejor que la anterior: un indio de cinco metros que anuncia la licorería
Siccing Bull, una heladería en forma de cucurucho gigante, la sede de una
empresa de cestas de supermercado que tiene forma de cestas de supermercado,
cines drive-in abandonados, hamburgueserías que son dinosauros y la joya de la
corona, un dinner dentro de un Boeing de los más grandes.
-¡Joder, Jim, qué pasada! Ésta
mándamela, que me gustaría tenerla -le digo.
-¡Ese sitio era brutal! -me
cuenta, transportado-. Estaba perdido cerca de Adama, encontrarlo me costó un huevo.
¡Pero valió la pena, le habían vaciado el fuselaje y dentro preparaban unos
bistecs gloriosos! -Se saca un porrito de uno de los muchos bolsillos de su
chaleco y lo enciende.
-¿Y esta fiebre por retratar
rarezas de dónde te viene?
-Mis abuelos vivían en Riverhead,
a diez minutos en coche de aquí. Al lado de la casa estaba el Big Duck y ...
-¿Eso qué es? ¿Un restaurante?
-No, era una tienda de huevos con
forma de pato gigante.
Toda vía existe, es uno de los
primeros edificios objeto del país. A nosotros nos parecía la mar de normal, pero
los turistas flipaban y siempre se paraban para retratarlo. Antes había un
montón de esculturas de éstas: en Montauk aún tenemos el Motel Ronjo y su
decoración hawaiana.
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