El ruido del tiempo, Julian Barnes, p.99
En un mundo ideal, un joven no
debería ser irónico. A esa edad, la ironía impide el crecimiento, atrofia la
imaginación. Lo mejor es empezar la vida con un estado mental alegre y abierto,
creyendo en los demás, siendo optimista, franco con todo el mundo en todo. Y
después, cuando llegas a entender mejor las cosas y a las personas, desarrollar
un sentido de la ironía. La progresión natural de la vida humana va del
optimismo al pesimismo, y un sentido de la ironía ayuda a atenuar el pesimismo,
ayuda a producir equilibrio, armonía.
Pero este mundo no era un mundo
ideal y por eso la ironía crecía de formas extrañas y súbitas. De la noche a la
mañana, como un hongo; desastrosamente, como un cáncer. El sarcasmo era peligroso
para quien lo usara, identificable como el lenguaje del saboteador y el
destructivo. Pero la ironía -quizá, a veces, eso esperaba- podía facultarnos para
preservar lo que valoramos, incluso cuando el ruido del tiempo se volvía tan
fuerte que rompía cristales.
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