El avión es un autocar del
IMSERSO en versión turistas norteamericanos. Ellos con chalecos de safari y
bermudas con bolsillos, lamentando interiormente que no les dejaran embarcar el
rifle de mira telescópica; ellas con blusas ramplonas de Macy' s y peinados a
lo Barbara Bush. Han desayunado en el bufet libre del Majestic, ajenos a las
miradas que despertaban las sandalias con calcetines, y los taxis los han
dejado en el aeropuerto con un cargamento imposible de maletas. Los hay por
docenas, son los Charlies y las Nancys, americanos entrados en la edad madura, self-made
men de la América profunda que han aceptado el viaje a Europa a regañadientes
para que sus mujeres se callaran. Después de Londres, París y Roma, Barcelona
es el final de cuatro semanas de recorrido por la vieja Europa, cuatro semanas
de hacer cola en los monumentos, de retratarse donde hay que retratarse y de
bostezar frente a los cuadros que deben verse en los museos de todas partes.
Ella vuelve decepcionada, creía que su francés del instituto le serviría, pero
no la han entendido en ninguna parte; él vuelve contento, tras un mes de ese
bárbaro darle patadas al balón, estará en casa a tiempo para el Midsummer
Classic de béisbol.
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