Bailar en la loscuridad, KO Knausgard, p. 180
Ah, esas luces atenuadas de los
autobuses por las noches y los sonidos sordos. Los pocos pasajeros sentados,
inmersos en su propio mundo. El paisaje que pasa deslizándose por la oscuridad de
fuera. El zumbido del motor. Allí sentado, pensando en lo mejor que uno tiene,
en lo más querido, deseando sólo estar allí, como fuera del mundo, de camino de
un lugar a otro, ¿no es entonces cuando uno está por fin presente en él? ¿No es
entonces cuando uno por fin está de lleno en el mundo?
Ah, ésta es la canción del joven
que amaba a la joven. ¿Tiene derecho a usar una palabra como «amar»? Él no sabe
nada de la vida, no sabe nada de ella, no sabe nada de sí mismo. Lo único que
sabe es que jamás ha sentido algo con tanta fuerza y tanta claridad. Todo
duele, pero no hay nada tan bueno como eso. Ah, ésta es la canción sobre tener
dieciséis años y estar sentado en un autobús pensando en ella, la única, sin
saber que esos sentimientos se irán atenuando poco a poco, apagando, que la vida,
que ahora es tan grande y formidable, será inexorablemente cada vez más pequeña,
hasta hacerse de una magnitud manejable, algo que no duele tanto, pero que
tampoco es tan bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario