Jambalaya, Albert Forns, p. 141-142
-Señor Jrushchov, quiero
mostrarle nuestra cocina. Todas las casas de California son así. ¿Había visto
alguna vez una lavadora integrada? -le preguntó Nixon señalándole la lavadora.
-Bah, nosotros también tenemos
lavadoras, ¿qué se han creído? -respondió el ruso.
-¿Y no le parece que sería mejor
que compitiéramos para ver quién fabrica las mejores lavadoras, en vez de
pelearnos por quién tiene los misiles más potentes?
-Seguro que sí, pero dígaselo a
sus generales, que son los primeros en competir con los cohetes. Y que sepa que
en esto -dijo Jrushchov señalando la lavadora- también les ganaremos.
Aunque el intercambio de
reproches acabó en tablas, aquella pelea retransmitida en todo el mundo puso
las casas Leisurama en el mapa. Llegaron a venderse en Macy's, donde se instaló
una completa en la novena planta, que podía visitarse para probarla entre los
expositores de ropa y el menaje del hogar. Se vendían con el todo incluido más
todo incluido de la historia: incorporaban tanto los electrodomésticos como las
sábanas, desde los vasos Duralex hasta los cepillos de dientes, por únicamente
13.000 dólares de entonces, un 40% más baratas que la media. El comprador sólo
tenía que instalarla y presentarse con la manduca para llenar la nevera. Para
que el norteamericano estándar se animara a comprarlas, el promotor instaló
doscientas de ellas de una sola vez en Culloden Poinr, al norte de Montauk. De
manera que las cocinas Leisurama son las cocinas de Montauk. Ahora se han
convenido en una pieza de coleccionista, y hay millonarios aburridos que han llegado
a pagar un millón de dólares por una de esas casas viejas en las que ya no
queda ni un vaso original
Los personajes, menudo barrizal.
¿Quién los inventó? Y aún más importante: ¿por qué coño lo hizo? Quizá es mi
mochila periodística, pero hace muchos años que sé que, por mucho que invente,
nada podrá igualar a un personaje de verdad. La realidad siempre supera la
ficción, cualquier persona de verdad es mejor, más compleja e interesante que
lo que yo pueda acabar inventándome. ¿Qué necesidad hay de ocultarme tras
personajes que ni me interesan a mí ni interesarán a los lectores? Los personajes: siempre malas copias de mí
mismo, el principal obstáculo entre yo y una ficción convincente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario