De En presencia de un payaso de Andrés Barba, p. 49-50
“¿Eres marica?”, preguntó.
Su padre se dio la vuelca con una lentitud casi teatral.
“¿Cómo has dicho?”
“¿Eres marica?”, repitió casi temblando.
“No, ¿y tú?”, respondió su padre entendiendo toda la situación
de un golpe y con cierta sorna.
“NO.”
Hubo un pequeño silencio acompasado por la música constante
del reloj de pared. El sonido del segundero les dejó en una situación ridícula,
como si uno de los dos estuviera buscando una respuesta en un concurso
cronometrado.
“¿Tienes algún interés
especial en que lo sea?”, preguntó su padre sonriendo.
“No,”
No le gustaba que se estuviese burlando de él, pero la actitud
de su padre hizo que el cuarto de estar se volviera de pronto más amplio, más
respirable.
“En ese caso ninguno de los dos somos maricas, parece ser”
“Sí, eso parece”, respondió él.
“Demos gracias a la Virgen de los Remedios.”
Hubo unas centésimas de segundo de suspensión nerviosa y
luego se rieron los dos, más por incomodidad que porque se hubiesen relajado
realmente. Cambiaron de tema de
inmediato.
Resultaba extraña la forma en la que aquel recuerdo se había
situado en la memoria de su adolescencia como un episodio feliz. No se trataba
de que hubiese supuesto el fin de la sospecha de que su padre fuese gay, todo
lo contrario, a sus cuarenta y tres años Marcos estaba más convencido que nunca
de que a su padre le atraían los hombres, pero durante aquellos instantes
sintió como si se hubiese extendido entre los dos un vínculo indisoluble, una
verdadera complicidad, un instante de gracia.
Marcos Trelks -escribió muy despacio en su cuaderno- entendió
que los elementos dados no modifican nuestra apreciación del mundo sino las
condiciones en las que se nos da esa información, cuando su padre le dijo que
no era homosexual. Treinta años después su padre se empeña en no salir del
armario y van quedando menos personas a las que reprochárselo. La cobardía es
conmovedora hasta cierto punto.
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