De Stoner de John Williams, p.98
Hizo los preparativos que habían
de hacerse para el funeral y firmó los papeles que necesitaban ser firmados.
Como toda la gente del campo, sus padres tenían pólízas de entierro para las
cuales durante la mayor parte de sus vidas asignaban unos peniques semanales, incluso en las épocas de necesidad más
acuciante. Había algo penoso en las pólizas que su madre sacó de un viejo baúl
de su dormitorio. El lustre de la elaborada letra impresa había empezado a
desvanecerse y el papel barato se había vuelto quebradizo con el paso del
tiempo. Habló con su madre del futuro, quería que regresara con él a Columbia.
Había sitio de sobra, dijo, y –la mentira le punzó- Edith estaría encamada de
tener su compañía.
Pero su madre no regresó con él.
«No me sentiría cómoda>>, dijo. «Tu padre y yo ... yo he vivido aquí casi
toda mi vida. Simplemente no creo que pudiera establecerme en otro sitio y sentirme
cómoda con ello. Y aparte, Tobe ... », Stoner recordó que Tobe era el ayudante negro
que su padre había contratado hacía muchos años, «Tobe ha dicho que él se
quedará aquí ramo tiempo como le necesite. Tiene un buen cuarto preparado en el
ático. Estaremos bien».
Stoner discutió con ella, pero
ella no cedió. Al final se dio cuenta de que sólo deseaba morir, y deseaba
hacerlo en el lugar en el que había vivido, y él sabía que ella merecía esa pequeña
dignidad que hallaba en hacerlo como quería.
Enterraron a su padre en un
pequeño lugar a las afueras de Booneville y William regresó a la granja con su
madre. Aquella noche no pudo dormir. Se vistió y caminó por el campo en el que su
padre había trabajado año tras año, hasta el final que ahora había encontrado.
Intentó recordar a su padre, pero el rostro que había conocido en su juventud
no le venía. Se arrodilló en el campo y tomó un terrón seco de tierra con la
mano. Lo rompió y observó los fragmentos, oscuros a la luz de la Luna,
deshaciéndose y escurriéndose entre sus dedos. Se sacudió la mano en la pernera
del pantalón, se levantó y se fue a casa. No durmió, se tumbó en la cama y se
puso a mirar por la única ventana hasta que llegó el amanecer, hasta que no hubo
más sombras sobre la tierra, hasta que el infinito se extendió ante él, gris y
desierto.
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