De Derrumbe de Eduardo Menéndez Salmón, p.189
Así que Manila disparó y la
cabeza rebotó y vio cómo los ojos de Mortenblau se nutrían por última vez de un
sorbo de luz y cómo luego se iban tiñendo de sombras -sombras en las que pudo
ver su propio reflejo con el brazo aún extendido- y cómo finalmente se apagaban
igual que una estrella lejana que parpadea con inusitada fuerza antes de
extinguirse para siempre concentrando en ese último brillo todo lo que un día
fue: su esplendor, su mérito, su excelencia: la asombrosa y asombrada evidencia
de haber sentido, de haber gozado, de haber reído: de haber sido.
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