Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

ITALIANOS VS AMERCIANOS

De El nadador de John Cheever, p.170-171
Había oído muchas cosas acerca de los americanos : que eran generosos e ignorantes, y era verdad en parte, porque eran muy generosos y la trataban como si fuera una invitada, siempre preguntándole si tenía tiempo para hacer esto y aquello e insistiéndole para que saliera a pasear los jueves y los domingos. El signore era delgado y alto y trabajaba en la embajada. Llevaba el cabello muy corto como si fuera alemán o un prisionero o alguien que está  convaleciendo de una operación del cerebro. Su pelo era negro y vigoroso y si se lo hubiera dejado crecer y rizar, las chicas de la calle le hubiesen admirado, pero iba todas las semanas a la peluquería y lo echaba a perder. Era muy modesto en otras cosas y en la playa llevaba un traje de baño muy discreto, pero andaba por las calles de Roma dejándole ver a todo el mundo la forma de su cabeza. La signora era muy simpática, con una piel como el mármol y muchos vestidos, y la vida era cómoda y agradable, y Clementina le rezaba a San Marceno para que no se acabase nunca. Dejaban todas las luces encendidas como si la electricidad no costara nada¡ quemaban leña en la chimenea tan sólo para evitarse el fresco del atardecer, y bebían ginebra con hielo y vermut 170 John Chetvtr antes de comer. Olían de manera distinta. Era un olor pálido, pensaba -un olor débil-, y podía tener algo que ver con la sangre de las gentes del norte o podía ser porque siempre se estaban bañando con agua caliente. Se bañaban tanto que no podía entender cómo no se habían vuelto neurasténicos. Comían comida italiana y bebían vino, y Clementina no perdía la esperanza de que si comían suficiente pasta y aceite, llegarían a tener un olor más fuerte saludable. A veces, cuando servía la mesa, les olí; pero el olor era siempre muy débil y a veces no olía a nada. Echaban a perder a sus hijos; a veces le niños levantaban la voz o se enfadaban con sus genitori y lo lógico hubiera sido pegarles ; pero aquellos extranjeros nunca pegaban a sus hijos, ni tan siquiera alzaban la voz ni hacían nada que pudiera explicarles a los niños la importancia de sus genitori, una vez cuando el chico más pequeño estuvo muy impertinente y habría que haberle pegado, su madre se lo llevó a la tienda de juguetes y le compró un barco de vela. A veces, cuando se estaban vistiendo para salir por la noche, el signore abrochaba le trajes de su mujer o el collar de perlas, como un cafone, en lugar de llamar a Clementina.

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