El 4 de diciembre del 2006, cinco
minutos antes de abandonar su despacho de la facultad de Físicas de la
Universidad Complutense de Madrid, Marcos Trelles abrió su correo electrónico y
leyó, primero con incredulidad y luego con una excitación casi adolescente, que
la Review of Modern Physics había
aceptado su artículo. Tenía cuarenta y dos años y aunque había estado casi una
década investigando y publicando en revistas científicas europeas era la
primera vez que conseguía publicar un artículo en una de las mejores revistas del mundo. El tema central era la
capacidad de la luz para curvar la materia en ciertas condiciones de laboratorio
y llevaba un año y medio trabajando en el microscopio láser de Barcelona. Su
equipo vivía allí pero había perdido a dos de los antiguos becarios y como
habían reducido el número de becas sólo le habían dado una nueva colaboradora: una
muchacha con sobrepeso preocupante y un coeficiente intelectual que rompía el
techo. La primera vez que la vio pensó que si lo que decía su expediente era
cierto no había que prestar demasiada atención a que apenas tuviera un
vocabulario de trescientas palabras, era un prodigio de la física.
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