De La parte inventada de Rodrigo Fresán, p.331
Él leyó en algún lugar -en alguno
de esos varios libros cada vez más frecuentes advirtiendo, como profeta en
llamas, sobre las consecuencias del fin de la lectura para el cuerpo y el alma
humanos- que lo primero que se pierde cuando se deja de leer es una comprensión
más o menos clara de la abstracción del tiempo. Si no se empieza a leer de
niño, si no se incorpora y acepta la engañosa pero imprescindible idea del
tiempo ganado y perdido, del tiempo que transcurre entre el tiempo en que el héroe
es condenado y el tiempo de su venganza, dicen que se extravía toda forma de
orientación temporal y se habita la idea de un continuum donde todo sucede
simultáneamente. Como lo que le pasa al Billy Pilgrim de Slaughterhouse-Five de
Kurt Vonnegut. Claro que para comprender -y disfrutar, y admirar-lo que le pasa
al Billy Pilgrim de Kurt Vonnegut primero hay que haber leído Slaughterhouse.
Él se había hecho escritor porque
era lo más parecido a ser lector. Y cuando él dice y piensa «leer» se refiere a
leer libros, a sentarse o acostarse a leer o a leer un libro mientras se camina
y se viaja. A pasar páginas para adquirir otro tiempo y otra velocidad. ¿Qué
hora es?
La hora que sea en el libro.
No vale -es hacer trampa, no es
lo mismo-leer en una pantalla donde el tiempo y la hora son siempre los que
marca ese artefacto que se enchufa a nosotros. Así, la chica que le pregunta si
leyó todos esos libros es una chica que lee mucho pero que no lee nada y que lo
que lee no se mide ya en libros sino en vaya uno a saber qué.
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