Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

SAINT-SIMON


Hacia la Estación de Finlandia, E. Wilson, p. 120

Primero, alquiló una vivienda frente a la Escuela Politécnica y estudió fisica y matemáticas; luego, tomó otra casa cerca de la Escuela de Medicina y estudió medicina. Durante algún tiempo llevó una vida de disipación por razones -decía- de curiosidad moral. Se casó para tener un salón literario. Luego, se divorció y se presentó ante madame de Stael para decirle que, dado que ella era la mujer más extraordinaria y él el hombre más extraordinario de la época, era evidente que debían colaborar para tener un hijo aún más extraordinario. Pero madame de Stael se lo tomó a risa. Saint-Simon viajó por Alemania e Inglaterra en busca de inspiración intelectual, pero regresó desilusionado de ambos países.

Al leer la vida de Saint-Simon se tiende, al principio, a pensar que el conde estaba un poco loco, hasta que uno cae en la cuenta de que los demás idealistas sociales de la época eran también unos excéntricos que compartían ese mismo tipo de extravagancia. Los primeros años del siglo XIX fueron una época extremadamente confusa en la que todavía era posible tener ideas simples. La filosofía racionalista del siglo XVIII, en la que se había basado la Revolución francesa, constituía aún el fundamento del pensamiento de la mayoría de la gente (la educación de Saint-Simon fue dirigida por D' Alembert); pero aquella filosofía racionalista de la que se esperaba solución para todos los problemas no había conseguido rescatar a la sociedad ni del despotismo ni de la pobreza. Ahora la autoridad de la Iglesia y la coherencia del antiguo sistema social habían desaparecido; y ya no existía ningún cuerpo de pensamiento -tal como la obra de los enciclopedistas (uno de los proyectos de Saint-Simon fue una enciclopedia para el siglo XIX)- que fuera aceptado como más o menos la autoridad que respetar. Era evidente que los inventos mecánicos, de los cuales se había esperado que mejoraran enormemente la suerte de la humanidad, estaban empobreciendo a mucha gente, pero los avances del comercio y de la manufactura no habían alcanzado todavía el punto abrumador en que incluso la filantropía y la filosofía llegarían a ser consideradas como pasadas de moda y simples caprichos de personas ineficaces. De modo que los franceses, privados de los sistemas del pasado y sin prever todavía la sociedad del futuro, eran libres de proponer cualquier sistema, de colocar sus esperanzas en cualquier futuro que pudiesen imaginar.


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