¿Este es Kafka?, Reiner Stach, p. 44
Una característica llamativa de la vida social de Kafka era que caía bien a todo el mundo: tanto a hombres como a mujeres, a alemanes y checos, a judíos y cristianos. Kafka no sólo era apreciado entre colegas y superiores que lo conocían desde hacía mucho tiempo, sino también entre los desconocidos con los que coincidía a la mesa de hoteles y sanatorios, y entre los muchos conocidos de sus amigos. Kafka era amigable, solícito y encantador en el trato cotidiano con las personas, escuchaba con interés y, a la vez, era absolutamente discreto. Además, sus ingeniosos comentarios autoparódicos evitaban que nadie lo tuviera por un competidor en el campo intelectual o en el erótico. Se mantenía alejado de las polémicas periodísticas, y ni siquiera en los diarios y cartas de contemporáneos que lo trataron y han llegado hasta nosotros se encuentra una sola palabra mala sobre él.
Con una notable excepción.
«Cuanto más tiempo estoy alejado de él, Kafka se me hace tanto más antipático, con
su viscosa maldad». Así se expresó el médico y escritor Ernst Weiss en una
carta a su amante, la actriz Rabel Sanzara. Weiss era uno de los pocos-amigos
de Kafka que no procedía del círculo de
Max Brod y que en cierto sentido competía con él. En opinión de Weiss, la única
solución razonable para resolver los problemas en la vida de Kafka habría sido
desentenderse de las múltiples obligaciones y ataduras que tenía en Praga y
empezar una nueva existencia literaria en Berlín.
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