Se contaba, por ejemplo, la
siguiente anécdota, que tenía muchas apariencias de verdad. Un viejo
funcionario, señor bondadoso y tranquilo, tenía un asunto difícil, que se había
complicado sobre todo por las peticiones de los abogados, y lo había estudiado
sin interrupción un día y una noche enteros; esos funcionarios son realmente
diligentes como nadie. Al llegar la mañana, después de veinticuatro horas de un
trabajo probablemente no muy fructuoso, fue a la puerta de entrada, se escondió
allí y empezó a lanzar escaleras abajo a todos los abogados que pretendían
entrar. Los abogados se congregaron abajo en el descansillo y deliberaron sobre
lo que debían hacer; por una parte, no tenían verdadero derecho a ser
admitidos, por lo que difícilmente podían emprender jurídicamente acción alguna
contra el funcionario, y debían guardarse también, como ya se ha dicho, de
indisponerse con el cuerpo de funcionarios. Por otra, sin embargo, todo día no
pasado en el tribunal era para ellos un día perdido, de ahí su interés por
entrar. Finalmente, se pusieron de acuerdo en fatigar al viejo funcionario. Una
y otravez enviaban a un abogado, que subía corriendo la escalera y entonces, ofreciendo
la mayor resistencia posible, aunque pasiva, se dejaba arrojar escaleras abajo, en donde era
recogido por sus compañeros. Eso duró alrededor de una hora, momento en que el
viejo funcionario, que estaba ya agotado por su trabajo nocturno, se cansó
realmente y regresó a su oficina. Los de abajo no querían creérselo al
principio y enviaron primero a uno para que mirase tras la puerta y se
asegurase de que no había realmente nadie. Sólo entonces entraron, sin
atreverse probablemente a refunfuñar siquiera.
Te quiero más que a la salvación de mi alma
SAINETE EN EL TRIBUNAL
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