A algunos les da miedo. Otros, que no lo han leído pero han oído hablar de él, simplemente temen que les dé mie do. Y a algunos más los pone tristes aunque no sepan decir por qué. Otros muchos sienten el soplo de la depresión y por eso dejan a un lado con cautela sus libritos. Hay mu chas reservas, y el rumor de que en el fondo estaba loco encuentra todavía hoy suficiente alimento, incluso en sus tex tos más perfectos. Ciertamente no es tarea de la literatura apresurarse a proporcionar soluciones tranquilizadoras a los problemas que suscita, ni aportar la prueba de que todo tiene su parte positiva. De hecho, sabemos que no es ver dad, y no nos gustan los autores que nos toman por ingenuos. Pero cuando la literatura aborda el fracaso real del que ninguno de nosotros puede librarse, reflejándolo una y otra vez, con evidente voluptuosidad, en fracasos imaginarios y, además, lo imbrica en un discurso-implacable y que no conduce a ninguna parte-sobre el fracaso en general, entonces nos preguntamos si el autor no habrá dado rienda suelta a una obsesión absolutamente privada, y también por qué tenemos que escucharlo y observarlo con tanta atención como la que sin duda reclama.
A muchos los impacienta o inquieta,
pues encripta sustextos y parece alegrarse de conducir al lector por
cami nos tortuosos, a través de los aparentes laberintos forma dos por
dédalos de pensamientos de los que no hay escapatoria. Un tal Gregor Samsa, que
se transforma en insecto, y un Josef K., a quien detienen sin ningún motivo,
son sus invenciones más célebres.
Lo que les sucede a estos
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