El hombre de la bata roja, Julian Barnes, p. 75
El gusto. Que a menudo se halla
cerca del prejuicio persuasivo. No hace falta mucho para que nos desagrade un escritor;
y nos ahorra tiempo. Por lo que respecta a la Francia del siglo XIX, siempre he
tenido ojeriza a Barbey d'Aurevilly. El motivo es muy sencillo: fue ruin con
Flaubert. Juré, por tanto, hace mucho tiempo, negarle el placer póstumo de saber que yo lo había leído.
Y los detalles ocasionales que fui espigando -monárquico, católico militante, fingía
pertenecer a una clase más alta que la suya- refrendaron mi antipatía. A juzgar
por descripciones de otros lectores de sus libros, parece que escribía relatos
misóginos, de un romanticismo trasnochado, y literatura fantástica a la manera
de Poe. Y otra cosa más: nació trece años antes que Flaubert pero le sobrevivió
nueve. Qué existencialmente injusto.
Me acuerdo de sus maldades. En
1869 Flaubert escribió a George Sand quejándose de una crítica de La educación
sentimental: «Barbey d' Aurevilly afirma que si me lavo en un riachuelo lo
emponzoño.» (Lo que Barbey escribió realmente es más interesante pero igual de
ofensivo: «Flaubert no posee gracia ni melancolía: su fuerza es como la del
cuadro Las bañistas de Courbet; mujeres que ensucian el arroyo en que se bañan”).
Esta comparación habría acentuado la mueca de agravio en la cara de Flaubert:
nunca tuvo un gran aprecio por la pintura de Courbet.
Cuatro años y medio más tarde, en
su reseña sobre La tentación de San Antonio, Barbey destacó la diferencia entre
«el ardiente y piadoso temperamento de un grandísimo santo [ ... ] y el hombre
más frío de esta época, el de talento más materialista y el más indiferente al
aspecto moral de la vida». Flaubert, por descontado, no respondió pública· mente,
pero cuando, meses después, Barbey publicó su obra más conocida, Las
diabólicas, le dice a su vieja amiga George Sand que el libro le parece
«desternillante. Quizá se deba a mi perversidad natural, que me inclina a
degustar cosas perniciosas, pero este texto me pareció extremadamente divertido.
Es imposible ir más lejos en el ámbito de lo inadvertidamente grotesco».
Cierto, esto me exime de volver a leerlo entero.
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