Extinción, DF Wallace, p. 198
Era la cantidad enorme de tiempo
que el doctor Gustatson pasaba tocándose y atusándose el bigote lo que indicaba
que no se daba cuenta de que lo hacía y que de hecho se estaba confirmando subconscientemente
a sí mismo que el bigote seguía allí. Lo cual no es un hábito particularmente
sutil, en términos de inseguridad, ya que al fin y al cabo el vello facial es
una característica sexual secundaria, es decir, q\le lo que él estaba haciendo en
realidad era confirmarse a sí mismo subconscientemente que otra cosa seguía
allí, ya me entienden. Aquella fue en parte la razón de que no me representara
una verdadera sorpresa cuando resultó que la dirección general que él quería
que tomara el psicoanálisis involucró cuestiones de masculinidad y de cómo yo
entendía mi masculinidad (mi hombría», en otras palabras). Aquello también
ayudaba a explicarlo todo, desde las láminas de la pared de la mujer-perdida-reptando
y de los dosobjetos-en-forma-de-testículos-que-parecían~deformes hasta los pequeños
tamborcillos africanos o indios y las figuritas con características sexuales (a
veces) exageradas que había en el estante de encima de su mesa, además de la
pipa, el tamaño innecesario de su anillo de boda, o incluso el desorden un poco
exagerado e infantil de la oficina en sí. Estaba bastante claro que existían ciertas
inseguridades sexuales importantes y tal vez ambigüedades de tipo homosexual
que el doctor Gustafson estaba intentando subconscientemente esconderse a sí
mismo y sobre las cuales estaba intentando tranquilizarse, y una forma obvia en
que hacía esto era más o menos proyectar sus inseguridades sobre sus pacientes
y hacerles creer que la cultura de Norteamérica tenía una forma
extraordinariamente brutal y alienante de lavar el cerebro de sus machos desde
una edad temprana e inculcarles toda clase de creencias y supersticiones
dañinas acerca de lo que era ser un supuesto «hombre de verdad.
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