1. FRENTE AL ACANTILADO
Anse de Foulon, Q.uebec, cuatro
de la madrugada,
11 de septiembre de 1 7 59
Fue la oscuridad, negra como el
alquitrán, la que sirvió su propósito; eso y el silencio, aunque no sepa muy
bien, pese a que lo presenciara con mis propios ojos y yo lo hiciera poco después,
cómo los hombres consiguieron trepar por el acantilado cargando con el fusil y
setenta cartuchos a sus espaldas. Permanecimos de pie en la embarrada orilla
del do, con la mirada fija en los voluntarios. Parecían un montón de lagartijas
desperdigadas por las rocas, pero sin su agilidad, arrastrándose por el
acantilado y meneando las posaderas debido al esfuerzo. Les veiamos mal, porque
desaparecían aqui y allá entre arbustos marchitos de cedros y abetos que
colgaban sobre la ladera de la colina. Pero podíamos sentir el esfuerzo
tembloroso del avance. Y vive Dios que lo estaban haciendo bastante bien. De
vez en cuando la bota de un hombre encontraba un punto de apoyo que consideraba
seguro, e inmediatamente caía una lluvia de tierra suelta que casi le
precipitaba por el abismo. Las maldiciones son tan normales para un soldado como
respirar, pero esa noche no escuchamos ninguna, por lo menos al principio.
Algún truhán dirá después que el general en persona habla decapitado a un
hombre que maldijo demasiado alto cuando se le cayó la mochila, acallando así a
cualquiera que pensase hacer lo mismo. Pero nunca fue ése el estilo del
general. A pesar de tener el temperamento de un pelirrojo era un comandante
metódico que gustaba de hacer las cosas según las ordenanzas
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