Extinción, FD Wallace, p. 211
Ahora estamos llegando a la parte
en que por fin me mato. Ocurrió a las 21.17 del 19 de agosto de 1991, si quiere
que especifique el momento con precisión. Además le ahorraré a usted la mayor
parte de los preparativos de las dos últimas horas y de los conflictos y
titubeos entre hacerlo y no hacerlo, que fueron abundantes. El suicidio va tan
en contra de tantos instintos e impulsos arraigados en uno que nadie en su sano
juicio lo lleva a cabo sin un montón de titubeos internos, intervalos de estar
a punto de cambiar de opinión, etcétera. El lógico alemán Kant tenía razón en este sentido, los seres
humanos somos básicamente idénticos en términos de nuestro ser profundo. Aunque
casi nunca somos conscientes de ello, somos todos básicamente meros
instrumentos o expresiones de nuestros impulsos evolutivos, que a su vez son la
expresión de unas fuerzas que son infinitamente más grandes e importantes que
nosotros. (Aunque ser realmente consciente de esto es una cuestión totalmente distinta.)
Así que ni siquiera intentaré describir las diversas ocasiones durante aquel
día en que me senté en mi sala de estar y experimenté un furioso titubeo mental acerca
de si realmente quería hacerlo. Para empezar, era algo intensamente mental y ponerlo
en forma de palabras requeriría un montón de tiempo, además de que acabaría
pareciendo un tópico o algo banal en el sentido de que muchos de los
pensamientos y asociaciones eran básicamente la misma clase de cosas genéricas
que casi todo el mundo que está afrontando una muerte inminente acaba pensando.
Como por ejemplo, “Es la última vez que me ato los cordones de los zapatos”. “Es
la última vez que miro este arbolito del caucho que hay encima del mueble del
estéreo”, “Qué deliciosa sabe esta bocanada de aire”, “Este es el último vaso
de leche que bebo”, “Qué don tan inestimable es esa imagen totalmente normal
del viento al levantar las ramas de los árboles y zarandearlas”. O bien, «Nunca
más oiré el ruido lastimero del refrigerador zumbando en la cocina” La cocina y
el rincón del desayuno dan a mi sala de estar), etcétera.
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