Extinción, DFWallace, p. 243
Así pues, tal como yo había
planeado originalmente manifestar durante los últimos nueve hoyos o en el Hoyo
19, no es que yo afirmara, como hacen algunos maridos, que nunca roncaba, o que
no quisiera ponerme de un lado o del otro en la cama, ni dar pasos razonables
para ayudar a Hope a estar cómoda siempre que algo muy, muy de vez en cuando me
hacía carraspear, toser, gargajear o respirar de cualquier forma obstruida mientras
dormía. En cambio, la fuente verdadera, más irritante o paradójica del actual
conflicto matrimonial era que yo, en realidad, ni siquiera estaba dormido
cuando mi mujer se ponía a chillar de repente que estaba roncando y
trastornándola casi todas las noches desde que nuestra Audrey se marchó de casa.
Sucedía casi siempre después de una hora más o menos de que nos retiráramos a
la cama (después de leer en la cama durante más o menos media hora, lo cual
constituía una especie de ritual o costumbre matrimonial), momento en el cual
yo seguía tumbado de espaldas con los brazos colocados sobre el pecho y los
ojos cerrados o bien mirando relajadamente los ángulos de las paredes y el
techo y las luces que se distendían en el exterior a través de las ventanas, y
seguía siendo consciente de cada sonido pero me iba relajando lentamente y apaciguándome
y descendiendo de forma gradual hacia el momento de quedarme dormido, pero de
hecho todavía no me había dormido. Cuando ella se ponía a gritar.
La verdadera cuestión, en otras
palabras, es que era Hope (que era famosa por quedarse dormida en el momento en
que acababa de cerrar su livre de chevet de turno, lo colocaba en su mesita de
noche y apagaba la luz de la lamparilla de aplique de acero pulimentado que
había sobre su cama) quien estaba, de hecho, dormida y soñando que era yo quien
estaba dormido y roncando
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