Instrumental, James Rhodes, p. 164
Daba igual que esa separación
fuese lo que convenía hacer. Que, a largo plazo, fuera sin duda lo mejor. Me
había convertido en uno de esos hombres
que tiran la toalla, que se largan cuando la situación se vuelve tan real que
jode. Alquilé un pequeño semisótano, compré un piano vertical de mierda, y me aseguré
de tener una habitación libre en la que pudiera dormir Jack. Me despertaba casi
todas las mañanas para ir a buscarlo y llevarlo al colegio en autobús (para
entonces ya habíamos vendido el coche). Hice todo lo posible por ser el mejor
padre para él. Pero no por eso dejaba de
ser un rajado. Podía imaginar el momento del futuro, al cabo de unos cuantos
años, en el que mi hijo, en proceso de terapia, me diría: «Papá, me abandonaste»,
y no se me ocurría cómo negárselo.
La inestabilidad empezó a
aumentar. No ayudó que acudiera a la policía para tratar de exorcizar algunos
de mis demonios del pasado. En Earl's Court tienen una unidad de protección infantil.
Fui a prestar declaración contra el señor Lee, para ver si podían localizarlo y
lograr que se responsabilizara de sus actos. Lo hice para cerrar mi proceso,
para que hubiera justicia, para tratar de reconciliarme con mi yo de la
infancia y proseguir con el sano inicio que había inaugurado en Phoenix. Fue algo
inútil. Y muy doloroso. Estuve unas tres horas delante de una videocámara dando
detalles que nadie tendría que verse obligado a dar. Esquemas del gimnasio, qué
había pasado y en qué sitio, con cuánta
frecuencia, dónde se corría, cuándo, qué tipo de relaciones sexuales, qué
posturas, qué accesorios utilizaba, que si me lo tragaba, que a qué sabía (en
serio), etcétera, etcétera. Aquello fue brutal, vergonzoso, infame. Y después
de todo eso me dijeron que se habían puesto en contacto con el colegio y que no
existía ningún registro de que alguien con ese nombre hubiera trabajado allí.
La policía supuso que era un nombre falso, no podían encontrarlo ni se podía
hacer nada.
En ese momento me dio la
impresión de que todos los progresos que había conseguido durante mi estancia
en Phoenix desaparecieron. Volví a comprar cuchillas y a lesionarme.
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