Instrumental, James Rhodes, p. 78
Qué espantoso es tener una pasión
que dicta cada segundo de tu vida y carecer de la valentía moral para
desarrollarla.
La segunda cosa que quería
comentar es que descubrí el alcohol. Ya me había emborrachado antes (el
profesor de gimnasia y otros habían recurrido a él a veces para ablandarme), pero
nunca lo había elegido, no lo había comprado, no lo había consumido por
voluntad propia. Tras descubrirlo, con trece años, se convirtió en lo único que
podía compararse con escuchar aquella pieza de Bach. Beberme media botella de
vodka, caerme por las escaleras, vomitar por todas partes, acabar en el hospital,
que estuvieran a punto de echarme del colegio, la vergüenza y el espanto de mis
padres, la entrevista con la policía (el vodka era robado) ... , nada de eso
afectó a mi fascinación lo más mínimo. Había encontrado otro mejor amigo para
los momentos en los que el piano no estaba disponible. Y recurría a él siempre
que podía porque era como un elixir mágico que lograba que todo el ruido
desapareciera, me hacía sentir que medía un metro ochenta y que era
indestructible, era lo único que conseguía tranquilizar mi cabeza un poco, y me
aseguraba un viaje gracias al cual salía de mi cuerpo y de mi mundo interior al
cabo de quince minutos.
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