Instrumental, James Rhodes, p. 162
Odio la expresión «tener un
flechazo». Es una gilipollez. No recibes ningún flechazo; diciendo eso parece
que vas a acabar herido y medio muerto. En la actualidad todo tiene que ser inmediato, enorme, mucho más intenso, rápido,
salvaje y brillante que antes. Antes, la serie Inspector Morse era trepidante y
te mantenía en vilo. Hoy nadie que no esté chalado se atrevería a encargar un
programa de televisión generalista con títulos de crédito que duran más de
siete segundos. Por eso, en el amor de la actualidad no hay un cortejo, citas,
semanas para conoceros mejor, ir de viaje juntos y, con el paso del tiempo,
acabar dándoos cuenta de que estáis profundamente enamorados. La cosa tiene que
ser como en el cine: vuestras miradas se cruzan (o ves el avatar de Twitter de
la otra persona), intercambiáis un par de palabras, mensajes de texto, correos
electrónicos y hala, ya os habéis enamorado. De forma apresurada, inmediata, explosiva,
excitante. Se lo cuentas a todos tus amigos, no dejas de publicarlo en Facebook
y te comportas como si estuvieras como una puta cabra. Es como una historia de
Disney bajo los efectos del crack, y resulta peligroso, joder. Algo así no
puede sostenerse, nunca puede haber verdad en ello. No es más que una adicción en
la que los compuestos químicos del cerebro te van colocando cada vez más, antes
del bajón inevitable. Pero todos seguimos el juego porque así son las cosas en
el cine, en la tele y en la prensa, y es algo atractivo e inmediato y nos pone
cachondos.
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