De Blomsboory, de Leon Edel, p. 186-187
Virginia era maliciosa, se burlaba; su sarcasmo estaba envuelto en fantasías elisabetianas. Aparte de las cartas, podemos leer la descripción que hizo de un jueves «casero» valiéndose del disfraz de la ficción. En Noche y día asiste a una reunión de «una sociedad para la libre discusión de todo [...]. Todos eran jóvenes y algunos parecían querer mostrar su disconformidad por medio de sus cabellos y vestidos y algo sombrío y truculento en la expresión de sus caras». La charla se confina en grupos; es espasmódica, «y murmurada en tonos bajos, como si los oradores sospecharan de sus compañeros-invitados». Se reparte un papel lleno de anotaciones, «las perlas supremas de la literatura». Se origina una discusión. Uno intenta «como con un hacha mal equilibrada [...] dar forma un poco más claramente a su concepción del arte». Escribió Vanessa: «Eramos un grupo de jóvenes, todos libres, todos al comienzo de una vida en un ambiente nuevo, sin personas mayores a las que tuviéramos que dar cuenta de lo que hacíamos o de nuestro comportamiento, y eso no era frecuente en aquel tiem po en un grupo mixto como el nuestro.»
Viejos amigos de la familia oyeron que Thoby y sus hermanas tenían reuniones «mixtas» informales en su casa. «Era verdad —preguntaron- que las muchachas realmente charlaban con hombres jóvenes hastas altas horas de la noche?» ¿De qué hablaban? Habría sido difícil explicar a aquella severa sociedad que toda su
charla giraba alrededor de «la Bondad» y «la Belleza», la Verdad y la filosofía de G. E. Moorc, con largos intervalos de meditación. Les alcanzaron los ecos de su desaprobación. «Deplorab1e, deplorable!», decía Henry James a la buena Fanny Prothero, vecina suya en Rye, que vivía en Bedford Square cuando estaba en la ciudad. Con el recuerdo de Vanessa y Virginia que atendían a su anciano padre como vírgenes vestales, añadió James: «¿Cómo han podido Vanessa y Virginia encontrar esos
amigos? ¿Cómo han podido, las hijas de Leslie, aceptar a jóvenes como ésos?» Cuando conoció a algunos de los jóvenes, no le gustaron. En particular el charlatán Clive le resultó profundamente antipático y lo describió como una «pequeña imagen» desagradable. “Decid a Virginia –decídselo- cuánto siento que las cosas inevitables de la vida hayan hecho posible, aun por un momento, que yo permita a alguna de las hijas de su padre alejarse fuera de mi vista.» No había manera de salvar el espacio generacional.
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