Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

INCIPIT 1.348. SANGRE DE HORCHATA / LUISA CASTRO


Las veces que me encontraba con él siempre había el mismo equívoco. Yo creía firmemente en él. Mi fe era ciega. Mi confianza, absoluta. Era mi necesidad lo que yo proyectaba en aquel hombre de hombros caídos, un hombre con las manos en los bolsillos, pero en unos bolsillos de traje caro, bien arrugado, como descuidado de ponerlo a diario y no cambiarlo innecesariamente porque con su sola presencia y su seguridad interior él podía permitirse ir así.

En cualquier sitio, en nuestra casa o en la calle, nada más vernos nos alegrábamos, pero nuestra alegría duraba poco, era espasmódica, y al instante él seguía su camino sin mirarme. Parecía que iba a abrazarme, pero no lo hacía, y con la misma espontaneidad sus ojos transitaban de una efusividad incontinente a una mirada de tranquilidad lenta, casi de morfinómano. Y yo caía en aquel hoyo. ¡Cuánto tiempo?

Aprendí enseguida a controlarlo. Mi sangre de horchata se remonta, creo, a aquellos primeros encuentros con Víctor.

Mi madre, por otra parte, vegetaba o flotaba en las instancias del alma, como Plotino. Para mi padre y para mí, cuanto más lejos estuviera, mejor. Aquella lejanía inspiraba en nosotros una devoción cada vez mayor, en absoluto anhelante o nostálgica. Nos gustaba verla allí, dando quiebros en el cielo, como una cometa. Pero esa no es ahora la cuestión. Ni me acordaba ya de cuando mi padre y ella habían dejado de vivir juntos ni creía que alguna vez hubiera sido posible tal hazaña.


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