No callar, Javier Cercas, p. 249
La historia que contaré es doble.
Yo sitúo la primera parte hacia la segunda mitad de 1979, todavía durante la
Transición. Antes de continuar debo decir que en política casi siempre he sido lo
peor que se puede ser, lo más soso y aburrido -un maldito socialdemócrata, un
puñetero liberal de izquierdas-, pero por entonces, con diecisiete años, iba de
ácrata, revolucionario y contracultural. Aquella tarde asistí a una conferencia
de Xavier Rubert de Ventós en Gerona. Aunque a esa edad yo solo había leído, de
sus escritos, El arte ensimismado y artículos sueltos aquí y allá, Rubert ya
era para mí una rock-star del pensamiento (ahora recuerdo que, de camino hacia
el evento, le vi a través de la puerta del bar Los Claveles, y me quedé un rato
allí, al acecho, mirándole comerse unos calamares a la romana). La conferencia
no me decepcionó. El filósofo habló de política y, treinta y cinco años después
de escucharle, aún puedo reproducir, si no sus palabras, sí el sentido de sus
palabras. Rubert vino a decir, con su estilo nervioso, irónico y provocador,
que, en democracia, la política no debe ser épica ni sentimental sino aburrida
y sosa, que hay que dejar la épica y los sentimientos para el arte y la vida
privada, que la política es prosa y no poesía, que la tarea del político no
consiste en intentar traer el cielo a la tierra sino solo en mejorar la tierra
-en esa humildad estriba su grandeza-, que el político no debe prometer la
felicidad: debe conformarse con facilitar las condiciones para que cada uno la
busque por su cuenta. Cuando Rubert terminó de hablar, se hizo un silencio
pétreo en la sala; lo rompió el escritor Antoni Puigvert -entonces, me temo, un
muchacho casi tan ingenuo como yo-, quien lamentó, desolado, que Rubert
quisiera arrebatarle la emoción a la política, dejamos a todos sin utopía. «Mira,
chaval», vino a responderle Rubert, «a mí lo que me emociona es ver al alcalde
de Barcelona peleándose para que todas las viejecitas de la ciudad puedan usar
a un precio ridículo el transporte público. Eso es la política.»
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