Las singularidades, John Banville, p. 224
Salió de su ensimismamiento con
la sacudida temblorosa de un enorme motor viejo al ponerse en marcha. Anna
estaba contándole algo de una avispa ... ¿De una avispa?
-No sé de qué especie -espetó
ella con impaciencia-, solo una avispa, una especie tropical ... ¿Qué más da?
Leí un artículo sobre ella no sé dónde, en una revista de la sala de espera de
un médico, y Dios sabe que he pisado unas cuantas. Busca un bicho, por ejemplo
una cochinilla de unas diez veces su tamaño, le clava en la frente esa cosa
venenosa que tienen, la antena o lo que sea, la deja paralizada y enseguida
pone huevos y los mete en el cuerpo de la cochinilla. Luego, antes de que pase
el efecto de la inyección, la tapa con piedras ...
-¿Qué es lo que tapa con piedras?
-¡El bicho, la avispa! Tapa por
completo con piedras a la cochinilla dándole la forma de una de esas celdas de
monjes para que no escape cuando vuelva en sí. Luego se va y la deja allí, atrapada
y viva. Las hormigas lo hacen. Los huevos no tardan en abrirse y las pequeñas
avispitas blancas que salen dentro de la cochinilla empiezan a alimentarse de
ella, de su carne viva. -Se interrumpió y respiró hondo, retuvo el aire un
instante y lo expulsó en un largo suspiro descendente. Miraba con ojos
desolados al otro lado del parabrisas-. Imagínatelo -añadió-, imagínate que te
comieran vivo así, de dentro afuera.
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