La estrella de la mañana, KO Knausgard, p. 386
Nietzsche opinaba que por
separado nos las apañaríamos perfectamente sin la conciencia.
-El eterno retorno -dijo Gaute.
Martín lo miró un instante, antes
de continuar.
-La conciencia es como un lugar
donde aparecemos ante nosotros. Pero ¿por qué lo hacemos? ¿De qué sirve? Cuando
nos vemos a nosotros mismos, nos vemos desde fuera, es decir, exactamente como
nos ven los demás. Y eso es lo que Nietzsche pensaba, es decir, que la conciencia
está ahí para la comunidad. Existe para aquello que hay entre los seres
humanos. Y es en ese punto en el que algunos piensan que existen otras formas
de conciencia. Otras formas de inteligencia. El bosque, por ejemplo. Lo que ocurre
es que esa conciencia, o inteligencia, nos resulta tan ajena que ni siquiera
somos capaces de ver que está ahí.
-Eso es muy interesante -dije.
-Pero dentro de medio año habría
acabado la tesis y conseguido un trabajo -intervino Sigrid.
-De manera que un árbol no puede
pensar -dijo Martín-. Pero los árboles sí pueden. El ecosistema puede en
calidad de unidad. El que aparezca justo ahora tal vez tenga que ver con que se
está intentando crear una inteligencia artificial. Tampoco sabemos qué aspecto
tendrá.
-¿Qué aspecto tendrá qué?
-preguntó Gaute.
-La inteligencia artificial
-contesté yo-. Pero esos no son pensamientos del todo nuevos, Martín.
-¿Qué quieres decir?
-Hace mucho tiempo la gente creía
que todo estaba vivo, que el bosque estaba lleno de espíritus, incluso que el
bosque era una criatura.
-Pero aquello era superstición
-dijo Martín-. Esto es ciencia.
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