No callar, Javier Cercas, p. 301
Por desgracia, pasada mi
adolescencia las listas negras entraron en franca decadencia, yo al menos no
volví a saber de ellas. Una de las innumerables bendiciones que nos ha deparado
a los catalanes el Procés, sin embargo, ha sido su retorno. Yo figuro en todas las
de los secesionistas. Eso es siempre un motivo de satisfacción, claro está,
pero lo que no podía imaginar es lo que ocurrió cuando me mandaron la última. Y
es que allí estaba yo, como siempre en el pelotón de cabeza, pero esta vez vi,
justo al lado de mi nombre, el de Joan Manuel Serrat. Caí de hinojos al suelo, como
fulminado por un rayo, crucé los dedos de las manos y las alcé al cielo.
«Gracias, Dios mío», clamé. «Gracias por colocarme junto al Noi del Poble Sec.
Es lo mejor que me ha pasado en la vida desde que un día vi a lo lejos,
fugazmente, a Ringo Starr. Gracias, amigos secesionistas: a cambio de este
privilegio, yo no hubiera vacilado un segundo en entregar mi madre a una mafia albanokosovar
consagrada a la trata de blancas, y aquí lo tengo, gratis et amare. Y a puedo
morir tranquilo.» Luego, tras enjugarme unas lágrimas de gratitud, leí la lista
completa. No era muy nutrida. La encabezaba Miquel Iceta, primer secretario del
PSC, y constaba sobre todo de gente que se gana la vida con la política:
políticos y periodistas; en cuanto a los que no se la ganan con ella, sino que
la pierden ( o sea, eso que antes se llamaba intelectuales), eran los
siguientes. Un cantante: el susodicho Noi. Una cineasta: Isabel Coixet. Una
actriz: la difunta Rosa Maria Sarda. Un profesor universitario: Francesc
Trillas. Y un plumífero: este servidor de ustedes. Ni uno más. En ese momento comprendí por qué,
cada vez que alguien me llama intelectual, me entran ganas de fracturarle la
nariz de un cabezazo marsellés.
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