Fortuna, Hernán Díaz, p. 121
El doctor Frahm le habló en un
inglés académico, imperfecto y brusco. En vez de reprimir las diatribas
incontenibles de la señora Rask y redirigirlas al terreno de la normalidad (o
bien amordazarla con sedantes), le explicó, deseaba promover sus monólogos. Si
Helen no podía parar de hablar era porque no podía parar de intentar explicar
su enfermedad: su deseo de entender su propia enfermedad era, en gran medida,
la enfermedad misma. Si Frahm la escuchaba y la enseñaba a escuchar, pronto
descubrirían que sus peroratas interminables estaban llenas de instrucciones en
clave. Cada vez que se encontraba con uno de aquellos momentos reveladores del
discurso de la señora Rask en los que su enfermedad arrojaba luz sobre sí
misma, interrumpirla repentinamente servía para subrayar la epifanía y
obligabarla a escucharse. Por eso había muchas sesiones que eran tan cortas. Y
si tenían lugar en cualquier parte (y en cualquier momento), era para
inculcarle a la paciente la idea de que su examen de sí misma no debía limitarse
a una oficina, sino que era un proceso continuo. Por medio de aquellas sesiones
«por sorpresa», Frahm quería enseñarle a tenderse emboscadas a sí misma.
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