No callar, Javier Cercas, p. 369
Pla fue ante todo un periodista,
o más bien un escritor de periódicos o en los periódicos; en todo caso, hubiera
estado de acuerdo con el doctor Johnson cuando afirmó que solo los idiotas
escriben sin cobrar. Pese a ello, o precisamente por ello, era un grafómano. Su
obra es ingente, abarca todos o casi todos los géneros (incluida la novela,
género que decía despreciar, quizá porque con razón se sentía menos apto para
practicarlo) y acaso puede o incluso debe leerse como una vasta y secreta
autobiografía protagonizada por un personaje que es su gran creación: un payés
socarrón, escéptico, irónico, hedonista, conservador y melancólico llamado
Josep Pla. No hay nada impúdico en todo esto; al contrario: recuérdese que, en
latín, «persona» significa máscara, y que, como observó Nietzsche, hablar mucho
de uno mismo es la mejor forma de ocultarse. Así que ese campesino ficticio
llamado Josep Pla fue la máscara que usó Josep Pla para esconderse; también
para revelarse, porque la máscara es lo que nos oculta, pero sobre todo lo que
nos revela: igual que el Marcel de la Recherche es más Proust que Proust, el
Pla de sus libros es más Pla que Pla. Esto es quizá sobre todo visible en los
dietarios de Pla, la parte más íntima de su obra, y quizá la mejor. El quadern
gris es el primero de ellos. Se trata de un libro curioso: un dietario de
juventud escrito en la madurez; o al menos reescrito: Pla elaboró el libro a
los sesenta años basándose en las notas que había tomado a los veinte.
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