Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

UN NAZI EN EL CAPITOLIO

La conjura contra Amércia, Philip Roth, p. 30
La pura sorpresa de la nominación de Lindbergh había despertado un atávico sentido de indefensión que tenía más que ver con Kisbinev y los pogramos de 1903 que con la Nueva Jersey de treinta y siete años después, y, en consecuencia, se habían olvidado de que Roosevelt había nombrado a Felix Frankfurter como juez del Tribunal Supremo y elegido a Henry Morgenthau para el cargo de secretario del Tesoro, de que el financiero Bernard Baruch era un íntimo asesor del presidente y de que allí estaban la señora Roosevelt, lckes y el secretario de Agricultura, Wallace, tres personas de las que se sabía que, lo mismo que el presidente, eran amigos de los judíos. Estaba Roosevelt, estaba la Constitución de Estados Unidos, estaba la Declaración de Derechos y estaban los periódicos, la prensa libre de Norteamérica. Incluso el Newark Evening News, que era republicano, publicó un editorial en el que recordaba a los lectores el discurso de Des Moines y cuestionaba abiertamente lo acertado del nombramiento de Lindbergh, y PM, el nuevo y popular diario neoyorquino de izquierdas, que costaba cinco centavos y que mi padre había empezado a traer a casa cuando volvía del trabajo junto con el Newark News, y cuyo eslogan decía: “PM está en contra de  quienes intimidan a los demás1”, dirigió su ataque contra los republicanos en un largo editorial, así como en las noticias y los artículos de prácticamente cada una de sus treinta y dos páginas, sin que faltaran en la sección de deportes artículos contrarios a Lindbergh firmados por Tom Meany y Joe Cumnúskey. En la primera plana aparecía una gran foto de la medalla nazi de Lindbergh y, en la Revista Gráfica Diaria, donde se afirmaba publicar fotografías que otros periódicos descartaban (fotos controvertidas de bandas de linchadores y cuerdas de presos, de esquiroles blandiendo porras, de las inhumanas condiciones de vida imperantes en las cárceles norteamericanas), una página tras otra mostraba al candidato republicano durante su gira por la Alemania nazi en 1938, culminando con una foto del personaje a toda página, con la infame medalla al cuello, estrechando la mano de Hermann Goring, el dirigente nazi por encima del cual solo estaba Hitler.

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