Las barbas del profeta, Eduardo Mendoza, p. 51
A unos niños acostumbrados a ver
películas de submarinos y portaviones y cohetes que van al espacio y lectores
de Julio Verne, el arca de Noé nos debía de parecer una chapuza. Por este motivo
y por lo de los animales, lo del diluvio no se lo tomaba nadie con la seriedad
que merecía.
Después de dar las medidas del
arca Jehová ordenaba a Moisés que metiera dentro a todo lo que vive, dos de
cada especie, macho y hembra. No se entiende el porqué de este experimento. Si
quería acabar con la vida sobre la tierra, no tenía más que hacerlo. Y si la
quería conservar, lo mismo. Lo de los animales parecía un juego, sobre todo a
unos niños que no estábamos tan lejos de las visitas al zoo y al circo. Algunos
nos preguntábamos si además de la pareja de elefantes, jirafas, búfalos,
rinocerontes y otros animales fáciles de identificar en la ilustración, Noé
también embarcó dos pulgas, dos cucarachas y cosas parecidas. Aunque eso
ocurría al principio de los tiempos, nadie se preguntaba en cambio si todavía
quedaban dinosaurios o mamuts sobre la tierra. En cambio no dejaba de
resultamos interesante e incluso conmovedor que durante los cuarenta días y
cuarenta noches, que es lo que duró el diluvio, hubo entre los ocupantes del arca
un pacto de no agresión. De lo contrario, habrían desembarcado la mitad de los animales que
embarcaron, y quizá ninguno de los humanos, incluido Noé. Pero lo cierto es que
los carnívoros y las bestias de presa, al menos en esa ocasión, se comportaron.
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