La huida del tiempo, Josep Pla, p. 111
El insigne La Fontaine cometió
una gran injusticia con las cigarras. Opuso la timorata, ahorradora y prudente
hormiga a una cigarra de su propia invención, disipada, pródiga e inconsciente,
y al final sumida en la catástrofe por imprevisión y como justo castigo de su
frivolidad. De la hormiga nacieron las Cajas de Ahorros y los Institutos de
Previsión. De las cigarras, el quien mal anda mal acaba. Sin embargo, las cigarras
no nacen de generación espontánea y se perpetúan, como las hormigas, en
invierno, con lo que han acumulado en la época que chupan la savia de los
árboles. ¿Acumulado qué? Probablemente aire del cielo. Comparadas con las
hormigas, las cigarras son el insecto más sobrio del reino animal. Las hormigas
son voraces y sus instintos de rapiña son universales. El insigne La Fontaine
tuvo la elegancia de llamarse fabulista. Su fábula contribuyó, sin embargo, a
crear un burgués ávido, hormiguero y avaro. Si no hubiera sido por aquella
elegancia, hubiéramos recordado que el viejo Sócrates ya decía que no hay que
hacer caso de los poetas, porque inventan las fábulas.
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