Las barbas del profeta, Eduardo Mendoza, p. 122
Al lado de las ballenas estaban,
por supuesto, los balleneros. Salir a matar a un animal tan grande y poderoso en una barquita de remos y
con una lanza nos parecía una hazaña sobrenatural y probablemente lo era. Los
balleneros abundaban en las novelas de Julio Verne y protagonizaban algunas
películas memorables de nuestra infancia. Jehová, por su parte, estaba muy
orgulloso de haber creado las ballenas. En el Libro de Job se jacta de haber
puesto en el mundo este animal al que bautiza Leviatán, aunque por la
descripción más podría ser un dragón que una ballena. En todo caso es una
bestia enorme: Las hileras de sus dientes espantan y sus ojos son como los
párpados del alba. Hoy las ballenas son una especie en peligro de extinción y
han perdido toda su aura novelesca. Otros referentes eran Simbad el marino, su
descendiente caricaturizado, Popeye, y, por supuesto, Pinocho. Es obvio que el
episodio de la ballena, que engulle a Pinocho y a Geppetto, está inspirado en
Jonás.
En la Biblia Jonás es lo que se
llama un profeta menor. Su libro es muy breve, dos páginas a doble columna en
la edición estándar. A diferencia de otros personajes, sus desventuras encierran
una enseñanza. Jehová le ordena ir a Nínive a convertir a los paganos. Jonás se
niega. Si voy, dice, se convertirán, y si se convierten, Dios los perdonará.
Jonás prefiere que la cólera divina caiga sobre los réprobos y los fulmine. De modo
que para eludir el encargo, embarca en una nave que va en dirección contraria,
concretamente a Tarsis, en el actual Líbano. Pero con Jehová no valen
triquiñuelas. Dentro de la ballena, Jonás se da cuenta de su error y expresa su
dolor en un hermoso poema.
El cuento acaba bien. Devuelto
indemne a tierra por la ballena, Jonás predica y logra conversiones, pero su
indignación contra Jehová sigue igual que al principio. Con insólita paciencia,
Jehová decide darle otra lección, esta
vez menos aparatosa, aunque no menos original. Para protegerse de los rayos del
sol, Jonás planta una calabacera que le dé sombra. Aquella misma noche Jehová
introduce un gusano en la planta y esta se muere. A la mañana siguiente Jonás
ve su arbolito muerto y se entristece. Jehová le dice: Tuviste tú lástima de la
calabacera en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de
una noche nació y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de
Nínive~ aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no
saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?
Mucho ha cambiado Jehová, que en situaciones similares no tenía problema en
arrasar una ciudad con sus gentes y sus animales. Ahora lo vemos compasivo, casi
socarrón, y muy versátil, porque para aleccionar al testarudo Jonás, tanto echa
mano de una ballena como de una calabacera.
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