Ludwig Wittgenstein, Justus Noll, p. 14-15
-¿Debe el coito causar placer?
-¡No! -responde la mayoría.
-¡Sí! -contesta Moore, y añade-:
El placer está bien cuando viene al caso.
Moore rescata además una
sensibilidad filosófica del placer. Su ensayo La naturaleza del juicio da la
gratificante sensación de cortar el cordón umbilical con Kant, Hegel y con todo
el idealismo. «Fue algo valiente y emotivo –recuerda Russell en su
Autobiografía- volver a creer en la realidad de cosas tales como mesas y
sillas, mientras que hasta ahora se consideraba que todo lo sensible era
irreal... Me alegró descubrir que las relaciones son también reales.»
Convertido en realista ingenuo tras el primer entusiasmo pasajero, Russell
celebra que «el césped sea realmente verde, a pesar de la opinión contraria de
todos los filósofos desde Locke».
Pero la veneración de Russell no
es siempre retribuida. Su primer biógrafo, Alan Wood, da cuenta de este diálogo
notable, que tendría lugar mucho más adelante:
-¿No te caigo bien, Moore?
-No -dice Moore, tras larga
reflexión.
Luego conversan animadamente
sobre otros temas.
En 1903, aparece la obra capital
de Moore, Principia ethica. Causa sensación en Bloomsbury, donde adquiere el
rango de profeta, un lógico que piensa con claridad, que afirma que lo «bueno»
es indefinible, pues lo que signifique «bueno» sólo puede demostrarlo el uso
racional en una sociedad. Las únicas cosas que son buenas en sí son los
«estados de conciencia» (states of mind), y las más valiosas son la alegría del
trato humano y el goce de las cosas bellas. Por otra parte, las acciones
humanas nunca pueden ser buenas en sí; a lo sumo son un medio para alcanzar
estados de conciencia buenos. Para Bloomsbury y los jóvenes «apóstoles», los
dos últimos capítulos de Principia ethica, «Ética en relación a la conducta» y
«El ideal», tienen más peso que las reflexiones lógico-filosóficas del
principio. A pesar de que Moore acepta los preceptos morales convencionales, en
tanto se justifiquen con el sano juicio de los hombres, para el programa de
liberación sexual de Bloomsbury carecen prácticamente de efecto. Por ejemplo,
Moore no cree que las reglas de castidad que rigen los «celos matrimoniales» y
el «afecto paterno» sean concluyentes, y puede imaginarse fácilmente una
sociedad en la que no tengan peso.
«En casos de duda, el individuo
deberá orientar su decisión más por el escrutinio directo de las consecuencias
que su acción conlleve, que por las reglas que seguir, cuyos buenos efectos no
está, en su caso particular, en condiciones de ver.»
En la foto el Grupo de Bloomsbury disfrazado de abisinios
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