Las barbas del profeta, Eduardo Mendoza, p. 44-45
El episodio era breve pero no
podía estar más cargado de imágenes. El asesinato se representaba con todo
realismo mientras al fondo dos piras arrojaban sendas columnas de humo: una
blanca que subía derecha al cielo y otra negra que se arrastraba hacia la
tierra. También en aquellos años de penuria era frecuente el uso del fuego,
tanto en la cocina como en la calefacción, y todos teníamos muy presente la diferencia
entre una fogata que echa humo blanco hacia arriba y otra que invade la casa de
humo negro. Pero el episodio de Caín y Abel no acababa ahí, sino que iba in
crescendo. Muerto Abel, se oye la voz de Jehová que pregunta a Caín dónde está Abel
y Caín responde con la frase que ha resonado en todos los oídos a lo largo de
los tiempos, hasta el momento en que ahora la escribo: ¿acaso soy el guardián
de mi hermano? Es la pregunta artificial, la excusa que no vale. Caín lo sabe y
no espera respuesta. Con el primer delito aparece en el mundo la conciencia.
Dostoievski en Crimen y castigo desarrolla esta idea. Por supuesto, a Jehová no
se le engaña. Maldice a Caín y Caín se da cuenta de que ha sido condenado a
muerte: es culpable y cualquiera que lo encuentre puede tomarse la justicia por
su mano. Por alguna razón, Jehová decide aplazar la sentencia: nadie podrá
hacer daño a Caín. La condena incluye vivir con la culpa. Y para que así
conste, Jehová le imprime una marca que lo identifica como culpable y, al mismo
tiempo, lo pone a salvo: la marca de Caín significa que la justicia ya ha sido
hecha. La propia marca es el castigo. La imagen de la marca de Caín es de las
más poderosas. Aunque en la Biblia no está explícito, todo el mundo sabe que
esa marca está en la frente. La letra escarlata de la novela de este nombre, de
Nathaniel Hawthorne, es simplemente una letra cosida en la ropa a la altura del
pecho: la letra A, de adulterio, pero en la imaginería popular, la marca de la
infamia va en la frente. Así lo entendía el Zorro, un héroe de nuestra
infancia, que marcaba una Z en la frente de los más malos.
La Biblia dice que Caín, andando
el tiempo, fundó una ciudad, a la que puso por nombre el nombre de su hijo,
Enoc. Es la primera ciudad que se alza sobre la tierra y la funda precisamente un
criminal. Desde ese momento, para la tradición bíblica, las ciudades serán la
encarnación del mal. En la tradición griega la fundación de una ciudad es un
acontecimiento feliz, auspiciado por los dioses, como en el caso de Atenas, que
toma el nombre de Palas Atenea, su divinidad protectora. Roma participa de las
dos tendencias: es un hecho venturoso, pero incluye igualmente un fratricidio,
el de Remo a manos de Rórnulo, aunque esta vez en un combate equitativo. En la
ciudad de Enoc, que él mismo había fundado, fijó Caín su residencia, y allí
murió, de muerte natural, por supuesto, aunque una tradición dice que Caín
murió aplastado por el derrumbe de su casa, porque había matado a Abel con una piedra
y así se cumplió la ley del talión. Por su parte, la tumba de Abel todavía se
puede visitar a las afueras de Damasco. Caín inaugura una mala época. A partir
de ahí, la Historia Sagrada es un listado de malos pasos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario