Aquí no hallarás gente corriente.
No después de anochecer, y no en estas calles, bajo las marquesinas de las
viejas naves industriales. Pero eso, claro está, ya lo sabes. De eso se trata.
A ello se debe, evidentemente, que estés aquí. Del rio llegan ráfagas de viento
que agitan el aire polvoriento de los solares de los edificios recién
demolidos. Cerca de los muelles, los vagabundos encienden sus hogueras en
oxidados bidones de aceite. Puedes verles apiñados entre sí, arropados con
cualquier variedad de abrigo o jersey viejo o combinación de ambos que hayan
logrado obtener. Cerca de las fábricas hay camiones estacionados, algunos de
ellos ocupados por hombres que fuman en la oscuridad a la espera de que bajen los
homosexuales procedentes de los bares que hay más allá de Canal Street. Alargas
la zancada, aunque no para huir del frio. Te gusta ese viento gélido. Doblas una
esquina y notas su caricia brevemente, sintiendo cómo tus muslos muestran su
forma bajo el placentero contacto del tejido en tensión. En las parcelas vacías
brillan los trozos de vidrio como si fueran de mica. Esta noche, el río despide
cierto aroma a almizcle.
Ya en dirección Este, ves cuatro
letras pintadas con aerosol sobre el costado de un edificio. Garabatos. ANGW.
Pero, de algún modo, te resultan familiares, como si abrieran un agujero en el
tiempo.
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