La huída del tiempo, Josep Pla, p.92-93
-Bueno. Aquí tiene usted un
calendario popular. ¿Quiere usted hacer el favor de buscar en él el equinoccio
de primavera? Después de buscar un largo rato, mi amigo no encuentra la fecha
del equinoccio de primavera. Así son los calendarios. Hacen calendarios, e
incluso los venden, y no ponen ni el equinoccio de primavera, ni el de otoño,
ni el solsticio de verano, ni el de invierno. Pero entonces, ¿qué busca en los calendarios
populares la gente? ¿Qué clase de superchería es ésa?
-El equinoccio de primavera
debería estar en el calendario -le digo a mi interlocutor-. No está. Hago
constar mi protesta. Continuemos. Sepa usted en todo caso que el equinoccio de
primavera se sitúa entre el 20 y el 21 de marzo de cada año. Se trata de un
acontecimiento astronómico inescamoteable. Ahora bien, ya sabe usted dónde está
el equinoccio. Ahora busque usted en el
calendario el primer plenilunio posterior al equinoccio. (No es necesario decir
a mis lectores que estoy manejando el calendario del año en que este libro ha
sido escrito: o sea, del año 1945. El cálculo es siempre el mismo.)
-Aquí está. Entre el 28 y el 29
de marzo hay la siguiente indicación: luna llena a las 5 horas, 44 minutos de
la tarde.
- Perfecto. Ahora busque usted el
primer domingo posterior a este plenilunio. ¿Qué pone?
- Pascua de Resurrección.
- De manera, pues, que Pascua de
Resurrección se sitúa en el primer domingo posterior al plenilunio que sigue al
equinoccio de primavera. ¿Ha comprendido usted?
- iMuy bien! ¿y podría usted decirme
quién arregló todo esto de esa manera?
- Lo acordó así el Concilio de
Nicea, que tuvo lugar, si la memoria no me es infiel, en 325.
-Ha llovido bastante desde
entonces ...
- iAsí parece!
- ¿Y cada año sucede lo mismo?
- No sucede de una manera
absoluta siempre lo mismo. En las cosas terrenales, para la Iglesia, no existe
ni el nunca, ni el jamás, ni el siempre. Existen las conveniencias -lo que conviene
más a las gentes-. Así actúa la Iglesia. Ahora se hace lo contrario: no se
tienen en cuenta más que las conveniencias particulares o de clase. Los demás
han de callar necesariamente. En tiempo de revolución, chitas, chitas, chitas. Pero
es que además, para la Iglesia, la realidad se impone.
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