Las barbas del profeta, Eduardo Mendoza, p. 193-104
PARA LOS ESTUDIOSOS de la
Historia Sagrada, el rey David se nos presentaba de dos maneras simultáneas y
muy distintas entre sí, realmente opuestas. La primera era la de un adolescente
afeminado que cantaba acompañándose de un arpa y de este modo alegraba la
incurable melancolía del rey de Israel. Entonces no sabíamos que este rey era
Saúl, el primer rey que tuvieron los israelitas después de haber sido
gobernados por jueces. Hombre conflictivo, ganó y perdió el favor de Jehová en
varias ocasiones, y, en un caso de difícil solución, invocó al fantasma de su
protector, Samuel, recurriendo a las artes mágicas de la bruja de Endor. Si
hubiéramos sabido que la Biblia también daba cabida a las brujas en sus
páginas, aunque con una actuación única y muy breve en todas las Escrituras, la
habríamos visto con otros ojos. Pero Samuel, Saúl y la bruja de Endor no iban
para examen, con lo que nos quedamos solamente con la poco atractiva imagen de
David tocando el arpa. Esta pobre impresión venía reforzada por una canción
mexicana que hablaba de las mañanitas que cantaba el rey David. No era una
impresión del todo equivocada. Aunque en su famosa escultura Miguel Ángel
representa a David como un dios de la mitología griega, una especie de Apolo,
Donatello, que también lo representa triunfante, con una espada enorme y la
cabeza de Goliat, le da los rasgos faciales e incluso corporales de una mujer
joven, casi adolescente.
Dejando aparte lo del arpa, David
vuelve a irrumpir en la Historia Sagrada
y en la historia de su pueblo en un momento de gran apuro, como un auténtico
superhéroe. Los israelitas están en guerra con los filisteos, las fuerzas de
uno y otro bando están frente a frente, a punto de entrar en combate. A los filisteos se les ocurre proponer un
duelo singular, bien para ahorrar el derramamiento de sangre, bien porque están
tan seguros de ganar el duelo que se arriesgan a jugárselo todo a una carta. No
es para menos, porque cuentan con un gigante. No un hombre muy alto y muy
fuerte, sino un verdadero gigante llamado Goliat.
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