El impacto le alcanza por la
derecha, brusco y sorprendente y doloroso, como una descarga eléctrica, y le
hace salir disparado de la bicicleta. “¡Tranquilo!”, se dice a sí mismo
mientras vuela por los aires (¡vuela por los aires sin ninguna dificultad!) y,
en efecto, nota que los miembros se le relajan obedientemente. «Como un gato -se
dice a sí mismo-: rueda por el suelo y luego ponte de pie de un salto, Listo
para lo que pase a continuación.”
La palabra «raudo», poco
habitual, también asoma en el horizonte. Sin embargo, no es así como van las
cosas. Ya sea porque las piernas no le obedecen o porque está momentáneamente aturdido (no siente tanto como
oye el impacto de su cráneo contra el
asfalto, lejano, con un sonido como de madera, como un golpe propinado con un
mazo), no sólo no se pone en pie de un salto, sino que, al contrario, sigue
resbalando metro tras metro, más y más, hasta que el deslizamiento lo acaba arrullando.
Se queda tendido en el suelo, en
paz. Hace una mañana espléndida. La caricia del sol es agradable. Hay cosas
peores que relajarse por completo y esperar a recuperar las energías. De hecho,
puede que haya cosas peores que echarse un sueñecito. Cierra los ojos. El mundo
se inclina bajo él y da vueltas. Pierde el conocimiento.
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