Ante todo no hagas daño, Henry Marsch, p. 183-184
m. Med. El más agresivo de los
tumores cerebrales, que se genera a partir de las células no nerviosas
En mi trabajo tengo poco contacto
con la muerte, pese a su constante presencia. Se ha vuelto aséptica y remota.
La mayor parte de los pacientes que fallecen cuando están a mi cuidado han
sufrido lesiones irreparables en la cabeza o hemorragias cerebrales. Ingresan
en coma y mueren en coma en aquel espacio parecido a un almacén de la UCI, después
de que se los haya mantenido con vida durante un tiempo mediante ventilación
asistida. La muerte les sobreviene de manera simple y silenciosa cuando son
declarados clínicamente muertos y se apaga el equipo de ventilación. No hay
palabras en el lecho de muerte ni últimos alientos; sólo se accionan unos
cuantos interruptores y los rítmicos susurros del ventilador cesan de pronto.
Si aún tienen puestos los electrodos de monitorización cardíaca -aunque no suele
ser así-, pueden verse los latidos del corazón en el monitor del ECG: una línea
gráfica de LEO rojo que sube y baja con cada latido, y que se vuelve más y más
irregular cuando el corazón moribundo, privado de oxígeno, lucha por
sobrevivir. Al cabo de unos minutos, en silencio absoluto, el corazón
finalmente se detiene y el trazo se convierte en una línea recta. Los
enfermeros retiran entonces la multitud de tubos y cables conectados al cuerpo
ahora sin vida, y al cabo de un rato aparecen dos sanitarios con una camilla
especial-en la que llevan camuflada bajo una manta una caja poco profunda- para
llevárselo a la morgue. Si los órganos del paciente van a donarse, el equipo de
ventilación se mantendrá funcionando después de que se haya certificado la
muerte cerebral, y el cuerpo se llevará a los quirófanos, habitualmente por la
noche. Se extraen los órganos, y sólo entonces se apaga el ventilador y aparece
la camilla de camuflaje para llevarse el cadáver.
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