El Sistema, Eduardo Menéndez Salmón, p.301
El momento más emotivo fue
contemplar la Tierra hacía dos millones y medio de años, mientras el primer miembro
del género Horno alcanzaba a construir un utensilio de piedra, y revivir con él
ese minuto prístino de la condición humana: el surgimiento de la idea, el salto
exponencial que abría un abismo ante la bestia y gracias al cual el
descendiente del mono comprendía que la presencia de un cuerpo o de un objeto
no era condición indispensable para garantizar la existencia de ese cuerpo o de
ese objeto. Que cuando el resto de la horda desaparecía de su vista, ello no
significaba que sus miembros dejaran de existir. Que los animales y los frutos
de los que la horda se alimentaba no desaparecían del mundo cuando la horda no
los podía oler o tocar. Que, en una palabra, la realidad era independiente de
la inteligencia e incluso de los sentidos de la horda. La vivencia de esa
conquista, ese éxito del animal capaz de representarse a sí mismo y al mundo
que lo contenía como conceptos, los condujo hasta las lágrimas.
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