El Sistema, Ricardo Menéndez Salmón, p.68
El núcleo ya no lo conforman el
dinero ni sus múltiples texturas, sino la información, que se instala en la
intimidad de cada Propio hasta el punto de infectar el tejido de lo cotidiano. El
poder parece haberse adelgazado, sutil como un gas, pero es obvio que también
se ha intensificado. Se ingresa en otra etapa evolutiva: el teléfono
inteligente se transforma en la prótesis por antonomasia del Horno sapiens.
La filosofía del control posee un
único artículo de fe: «Cualquier dato es aséptico hasta que le interesa al
Sistema. En ese instante, se convierte en información». El fenómeno es longevo
como la política. El control de la sociedad es piedra angular para el
sostenimiento de toda forma de poder. Lo novedoso es su dimensión. La tecnología
es la clave que articula dicha posibilidad. Desde que cada Propio vive
conectado a una constelación comunicativa, se transforma en diana de los
mecanismos de control del Sistema. Es el individuo quien, al integrarse en la
retícula de las redes de información del cibercapitalismo, deviene objeto de
escrutinio. Cada pensamiento que expresa, cada vínculo que favorece, cada deseo
que manifiesta es absorbido, metabolizado y archivado por un inmenso tesauro
policiaco. Ya no su código genético, sino su mundo privado, el del deseo y sus
fantasmas, se convierte en rastro, cifra y síntoma.
Desde una perspectiva histórica,
esta forma de control satisface el imaginario absolutista. Literalmente, el
Sistema se convierte en Dios, pues accede al sueño último de las estrategias de
dominio: la intimidad ya no de las alcobas, sino de las conciencias.
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