Formas de volver a casa, Alejandro Zambra, p. 59
El método de urgencia que me
había enseñado mi padre: leer las dos primeras páginas y enseguida las dos
últimas, y sólo entonces, sólo después de saber el comienzo y el final de la
novela, seguir leyendo de corrido. Si no alcanzas a terminar, al menos ya sabes
quién era el asesino, decía mi padre, que al parecer sólo habla leído libros en
que habla un asesino.
Entonces lo primero que supe de
Madame Bovary fue que el niño tímido y alto del capítulo inicial finalmente moriría
y que su hija terminaría de obrera en una fábrica de algodón. Sobre el suicidio
de Emma ya sabía, pues algunos padres alegaron que el tema del suicidio era
demasiado fuerte para niños de doce años, a lo que la profesora respondió que
no, que el suicidio de una mujer acosada por las deudas era un tema muy actual,
perfectamente comprensible por niños de doce años.
No avancé mucho más en la
lectura. Estudié un poco con los resúmenes que había hecho mi compañero de banco y el día anterior a la prueba
encontré una copia de la película en el videoclub de Maipú. Mi mamá intentó
oponerse a que la viera, pues pensaba que no era adecuada para mi edad, y yo
también pensaba o más bien esperaba eso, porque Madame Bovary me sonaba a
porno, todo lo francés me sonaba a pomo.
La película era, en este sentido,
decepcionante, pero la vi dos veces y llené las hojas de oficio por lado y
lado. Saqué un 3,6, sin embargo, de manera que durante algún tiempo asocié Madame
Bovary a ese 3,6 y al nombre del director de la película
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