l. El sueño de Marisa
¿Había despertado o seguía soñando? Aquel calorcito en su
empeine derecho estaba siempre allí, una sensación insólita que le erizaba todo
el cuerpo y le revelaba que no estaba sola en esa cama. Los recuerdos acudían
en tropel a su cabeza pero se iban ordenando como un crucigrama que se llena
lentamente. Habían estado divertidas y algo achispadas por el vino después de
la comida, pasando del terrorismo a las películas y a los chismes sociales, cuando,
de pronto, Chabela miró el reloj y se puso de pie de un salto, pálida: «¡El
toque de queda! ¡Dios mío, ya no me da tiempo a llegar a La Rinconada! Cómo se
nos ha pasado la hora». Marisa insistió para que se quedara a dormir con ella.
No habría problema, Quique había partido a Arequipa por el directorio de mañana
temprano en la cervecería, eran dueñas del departamento del Golf Chabela llamó
a su marido. Luciano, siempre tan comprensivo, dijo que no había inconveniente,
él se encargaría de que las dos niñas salieran puntualmente a tomar el ómnibus
del colegio. Que Chabela se quedara nomás donde Marisa, eso era preferible a
ser detenida por una patrulla si infringía el toque de queda. Maldito toque de
queda. Pero, claro, el terrorismo era peor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario