El Sistema,Menéndez Salmón, p. 162
La lección de anatomía del doctor
Tulp me interpela con la formidable estatura de las obras maestras. En ningún
lugar como en la Academia del Sueño este impagable recordatorio de que apenas
somos otra cosa que muerte aplazada cobra su significado pleno. Los ojos de los
hombres del cuadro exponen con callada admiración el ímpetu de siglos de
ciencia y cultura. Almacenes de vísceras y sangre examinados por intelectos
fértiles: la historia del mundo encerrada en un memento mori. Porque en esta
estancia en la que nos reunimos a la espera de noticias, de veredictos, de
dictámenes consoladores o despiadados, el camino que conduce desde el bípedo
que en la negrura primordial de la Protohistoria devora carne cruda consagrado
a brutales formas de autopsia hasta el refinado sabio que expone a sus discípulos
la aventura interior de la máquina humana con metódica frialdad se me antoja un
trayecto demasiado intenso como para obviar su belleza, pero también un viaje demasiado
lúcido como para ignorar su advertencia. La búsqueda de la luz ha guiado ese
fecundo arco que va desde las cavernas hasta las aulas, desde la mera
supervivencia al refinamiento, pero el sustrato que sigue sosteniendo al hombre
ya civilizado, capaz de pergeñar una sensibilidad apellidada Rembrandt, es el
mismo que nos señala, en esta hora acaso fatídica y quién sabe si augural, que
la flecha del progreso no es por definición irreversible. El cuerpo que yace
exánime y sin capacidad de réplica al alcance del escrutinio del doctor Thlp se
parece demasiado a cualquiera de nosotros como para no sentir que todo cadáver es
autorreferencial, un sujeto no destinado a engrosar los archivos de la
histología o de la craneometría, sino llamado a nutrir los combates de la
retórica.
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