De Algún día este dolor te será útil de Peter Cameron, p. 51-52
En Washington D.C., asistí a un
seminario llamado «El aula norteamericana». Habían seleccionado a dos estudiantes
de cada estado para participar y nos llevaron a pasar una semana en Washington.
Los alumnos de último curso de mi instituto tuvimos que escribir una redacción
sobre algún aspecto del gobierno o la política. Quise asegurarme de que no me
eligieran y escribí una redacción que me pareció muy floja y tonta en la que argumentaba
que las mujeres eran mejores dirigentes de gobierno que los hombres, porque
ellas parecen más capacitadas para pensar en los demás, mientras que los hombres,
por lo menos los que buscan el poder, solo parecen capaces de pensar en sí
mismos: su riqueza, su poder, el tamaño de su polla. La cuestión es que, aunque
creo de veras que era una redacción estúpida, me seleccionaron. No quería ir,
pues, aunque decían que el programa dependía de los dos partidos políticos, lo
dirigía la Asociación Nacional del Rifle o las Hijas de la Revolución Norteamericana
o alguna organización por el estilo, y sabía que iba a ser espantoso. Soy
anarquista, detesto la política. Detesto la política y la religión: también soy
ateo. Si no fuese tan trágico, me resultaría gracioso que la religión sea
considerada una fuerza beneficiosa capaz de lograr que la gente sea moral,
caritativa y amable. La mayor parte de los conflictos del mundo, pasados y
presentes, se deben a la intolerancia religiosa. Podría hablar largo y tendido
sobre todo ello, porque es terrible, sobre todo con sucesos como los del 11 de
septiembre, pero no quiero hacerlo. La cuestión es que no quería ir al
seminario sobre “El aula norteamericana”, sabía que iba a ser una pesadilla,
pero me dijeron que debía ir. Eso sucedió justo cuando presentaba mi solicitud de
ingreso a diferentes universidades y ser seleccionado para aquel seminario
parecía ser un factor decisivo para ser admitido en Harvard y Yale, pero no fue
así.
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