De noche, cuando a Jody le
costaba dormir, Wayne –con ese aire furtivo suyo- parecía andar siempre entre
las sombras, su voz suave una insinuación susurrada por la brisa. Hacía años
que se habían divorciado, y con la excepción de algunas charlas telefónicas periódicas
para discutir las visitas de Will a Florida, Jody no tenía con él contacto
alguno. Su imagen se había vuelto borrosa. No estaba demasiado segura de si su
mirada parecía más intensa con gafas o con lentillas. Recordaba que era alto,
pero no recordaba lo que sentía cuando estaba a su lado, y mucho menos cuando
él la abrazaba. Recordaba de qué colores eran las camisas de cuadros que
llevaba en invierno, pero no si las llevaba por dentro o por fuera de los
pantalones. El único recuerdo que conservaba con absoluta nitidez –despierta o
todas las veces que lo había soñado- era el del día en que se casaron. Fueron a
un juez de paz. El hermano de Wayne y una amiga de Jody con la que desde
entonces había perdido el contacto fueron los únicos testigos. Después de la
ceremonia, ella y Wayne salieron por la puerta agarrados de la cintura y
echaron una carrera hasta el coche, felices
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