De Capital de John Lanchester, p. 254
Además, que la hubiera contratado
el marido hacía sentirse incómoda a la mujer, y al principio le había costado
tratar con ella: la vigilaba mucho, era rencorosa e insistió en el período de
prueba de cuatro semanas, cosa que el marido no había mencionado. Tal como se
lo dijo ella fue una clara advertencia de que si encontraba un motivo para librarse
de Matya, lo aprovecharía.
Pero habían pasado más de tres
meses y aquellos primeros momentos eran ya agua pasada. Arabella era una
persona propensa a discutir, a guardar rencor a otros y a hacerles pasar un mal
rato, pero era tan holgazana que en la práctica lo dejaba pasar. Estar enfadada
mucho tiempo le resultaba tan fatigoso que prefería transigir para no
esforzarse. Matya había tenido una infancia difícil, había emigrado a Londres
para huir de ciertas cosas, sabía lo que era el resentimiento y planificar
venganzas, y aquella situación le parecía estimulante. Intuía que a Arabella le
habría encantado encontrarle mil defectos para poder acusar a su marido, pero
como no se los encontraba, se olvidaba de aquella inquina. Además, Matya le
hacía la vida más fácil porque era muy eficaz con los niños y estaba claro que
Arabella sentía un afecto profundo y sincero por cualquiera que le facilitase
la existencia. Cuando los del supermercado llegaban a la casa con cajas de
comestibles, Arabella les decía: «Sois unos ángeles», con tal vehemencia que
parecía decirlo muy en serio, y en cierto modo era así.
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